¿Sabía que el bilingüismo absoluto es imposible?
Cualquiera que trabaje a caballo entre dos o más idiomas sueña con ser bilingüe. En algunos países como Inglaterra, el término supone que una persona habla dos lenguas, sin consideración del nivel al que pueda dominarlas.
Aunque la definición que propone la RAE es semejante a la acepción inglesa, en España se considera que una persona llega a ser bilingüe cuando posee en dos idiomas el nivel de competencia lingüística de un nativo.
Existen algunos parámetros que nos ayudan a determinar si una persona es bilingüe o no desde este punto de vista. Empecemos por interesarnos por el acento. Aunque este esté influenciado por la pertenencia a determinada región o medio, una pronunciación errónea, una entonación extraña o una curva melódica singular suelen ser síntomas de un acento extranjero. Casi cualquier sería capaz de identificar un chino hablando español, un idioma que se diferencia en gran medida del español y donde las tonalidades juegan un papel esencial en el significado de las palabras. El caso es que es el hecho de poseer una prosodia adecuada está, la mayoría de las veces, relacionado con la temprana edad a la que uno tiene contacto con un idioma. Por ello, los hijos nacidos de la inmigración cuyos padres hayan hablado desde siempre su idioma de origen en casa no tienen particularidades de dicción. Sin embargo, tampoco son bilingües, como veremos más adelante. Su competencia lingüística suele ser mucho más limitada que la de un nativo.
El bilingüismo perfecto es una quimera
Una persona bilingüe tendría que poder comunicarse en dos idiomas, sea a través de la lectura, de la escritura, de la expresión y la comprensión oral, en un abanico muy amplio de situaciones. La variedad de situaciones en las que tenemos que interactuar complica e imposibilita que podamos tener un conocimiento idéntico de dos idiomas.
A modo de ejemplo, interesémonos en un hijo de españoles inmigrados a Francia, Alemania o Escocia. Oiría castellano en casa, pero seguiría la enseñanza de primaria en el idioma del país. Sería pues capaz de mantener, con un acento auténticamente nativo, una conversación en el ámbito familiar o en la vida diaria, todas pertenecientes al registro coloquial o informal. Lo que atañe al vocabulario de la esfera laboral o académica se habría aprendido únicamente en francés, en alemán o en inglés. Participar en una conversación en castellano sobre política, tecnología o ciencia le resultaría por ello bastante complicado por falta de vocabulario en estos ámbitos.
Al contrario, si consideramos una persona extranjera, francesa, alemana o inglesa, que tiene conocimientos académicos por haber estudiado castellano en la universidad, su registro lingüístico tendrá variables contextuales y lingüísticas muy distintas. Su modo de expresión será más formal y especializado, pero carecerá de la fluidez oral, de los recursos de la conversación informal y las referencias de la cultura popular. Además, lo más probable es que su acento delate cuál es su idioma nativo.
Se considera que un hablante del español utiliza entre 300 y 500 palabras de las 300.000 que tiene el idioma. Si por volumen de palabras fuera, aprender varios idiomas y llegar a ser bilingüe no sería tan difícil. Podemos entonces concluir que hacerse con el conjunto de los conocimientos socioculturales necesarios para entender las connotaciones del idioma, dominar los registros lingüísticos hablados y escritos, y adquirir la flexibilidad prosódica en dos idiomas resulta ser una tarea sin fin.
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Josh Gambín es licenciado en Ciencias Biológicas por la Universidad de Valencia y en Traducción e Interpretación por la Universidad de Granada. Ha desarrollado diversas funciones como gestor de proyectos, maquetador, y traductor freelance y en plantilla. Desde 2002 es socio fundador de AbroadLink y actualmente desarrolla el cargo de Director de Ventas y Marketing.
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