Cómo la traducción convirtió el manga un fenómeno global

Sin la traducción, el manga habría permanecido sin duda confinado en Japón. Gracias a la traducción, muchas personas pueden disfrutar de este nicho cultural, de este arte directamente venido desde Japón, lo que ha contribuido enormemente a su desarrollo a escala mundial. Pero traducir un manga es algo más que cambiar palabras de un idioma a otro. Es un arte delicado, que implica la transmisión de toda una cultura, haciendo malabares lingüísticos y elaborando infinitas estrategias de adaptación. También consiste en convencer a un público objetivo y elegir las palabras adecuadas para que un manga sea bien acogido en todo el mundo.
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Cruzando fronteras
En Japón, el manga es una institución desde hace mucho tiempo (según Wikipedia: el primer manga considerado como tal data de 1902), leído por todas las generaciones y publicado cada semana en revistas de gran tirada como Weekly Shōnen Jump (literalmente «el salto semanal de los jóvenes»), una revista de prepublicación de manga, generalmente dirigido a jóvenes y adolescentes. Sin embargo, durante décadas, este patrimonio cultural permaneció confinado en el archipiélago nipón. Hasta la década de 1980 no se involucraron las primeras editoriales extranjeras. En España, la editorial Planeta DeAgostini publicó Dragon Ball por primera ve en Europa, serie que se convirtió rápidamente en un éxito que allanó el camino a otras creaciones. En Estados Unidos, Viz Media apostó por Sailor Moon y Pokémon, que pasaron del estatus de cómic exótico al de producto de cultura popular global. Así, la traducción ha actuado como un auténtico pasaporte cultural, permitiendo que el manga saliera de su territorio original y entrara en el imaginario colectivo internacional.
Un trampolín económico
Esta apertura no solo ha tenido un gran impacto cultural, sino que también ha generado una industria millonaria. Una vez traducido, el manga se vende en tiradas gigantescas y estructura todo un mercado. En Francia, representan ya la mitad de las ventas de cómics. Han ido apareciendo editoriales especializadas y nuevas profesiones, desde la traducción y la edición hasta la adaptación gráfica de los bocadillos. Y cada éxito trae consigo otros mercados: anime doblado y subtitulado, videojuegos localizados y merchandising.
El ejemplo de Demon Slayer es especialmente revelador. Publicado en 2016 en Japón, fue rápidamente traducido y distribuido por todo el mundo. El resultado: más de 150 millones de copias vendidas, una película que batió récords de la taquilla y una avalancha de merchandising. Sin una traducción rápida, un éxito de tal calibre habría sido imposible. Incluso la piratería goza de gran cabida y popularidad, con el fenómeno «scanlation» (de inglés scan + translation), es decir, mangas digitalizados y traducidos por los fans. Estas traducciones no son oficiales, pero permiten que muchos lectores tengan acceso a los nuevos capítulos antes de que se publiquen en el país en cuestión (generalmente, justo después de que se publiquen en Japón), y han contribuido a acelerar el proceso: para satisfacer la demanda de los lectores, las editoriales oficiales han tenido que ofrecer traducciones casi simultáneas, lo que ha transformado los hábitos de producción.
Entre la lealtad y la adaptación
Traducir un manga también significa aventurarse en un terreno complicado. Durante mucho tiempo, los editores favorecieron la adaptación, a veces a costa de la pérdida cultural. En la década de 1990, los famosos onigiri de Pokémon (bolas de arroz envueltas en alga nori) se transformaron en «bocadillos» para que resultaran más familiares a los lectores occidentales. Desaparecieron sufijos honoríficos como -san y -sama por considerarse demasiado complicados. Estos sufijos japoneses se colocan tras el nombre del interlocutor para dirigirse a este según su estatus social. Cuentan con variantes para chicas y chicos jóvenes (-chan y -kun) y se han venido traduciendo generalmente como «señor» y «señora». Como resultado, se diluyó parte de la identidad de los personajes y de la cultura japonesa.
Sin embargo, desde la década de los 2000, se está produciendo la tendencia contraria. Ahora los traductores optan por mantener los términos japoneses, para estimular la curiosidad del lector. El ramen sigue siendo ramen, el onigiri, onigiri. Lejos de ser un obstáculo, estas decisiones realzan el atractivo de la cultura japonesa y convierten cada manga en una pequeña ventana a la vida cotidiana del país. Gracias a esta mayor fidelidad, la traducción ha contribuido a que los lectores extranjeros conozcan la gastronomía japonesa, los festivales, el sistema escolar y las creencias tradicionales.
Una influencia recíproca
La traducción no solo ha difundido el manga en el extranjero, sino que también ha inspirado nuevas tendencias creativas. En Francia, los autores se han apropiado del formato para crear lo que se conoce como manfra («manga francés»), como Radiant, de Tony Valente, que incluso llegó a publicarse en Japón, cerrando simbólicamente el círculo. En Canadá, la serie de cómics Scott Pilgrim mezcló los códigos gráficos del manga y el cómic norteamericano con un éxito considerable. Este fenómeno ha dado lugar a lo que ahora se conoce como «global manga», una estética híbrida que se comparte y adapta en todo el mundo.
Los retos de la profesión
Como hemos visto, detrás de cada tomo de manga traducido hay un trabajo invisible pero complejo (puedes echar un vistazo a nuestro artículo anterior sobre los bastidores de la traducción). El traductor tiene que encontrar equivalentes para juegos de palabras que a veces son intraducibles, decidir cómo representar las innumerables onomatopeyas japonesas, adaptar el texto al tamaño de los bocadillos y cumplir plazos cada vez más ajustados. Es a la vez artesano del lenguaje, mediador cultural y equilibrista bajo presión.
Conclusión
La traducción ha sido y es mucho más que una simple herramienta de transposición lingüística. Ha abierto mercados, ha creado una industria multimillonaria, ha difundido la cultura japonesa y ha inspirado a nuevas generaciones de autores occidentales. Sin ella, el manga probablemente habría seguido siendo un tesoro local. En cambio, gracias a ella se ha convertido en una cultura global, que se estudia en las universidades y se celebra tanto en las ferias del libro como en las convenciones de fans.
La próxima vez que abras un volumen de One Piece o My Hero Academia, recuerda que detrás de cada línea graciosa, cada discurso heroico y cada onomatopeya impactante, hay un traductor que ha hecho esa historia accesible a todo el mundo. Sin este trabajo, a menudo invisible, el manga nunca habría llegado a ser un arte universal.
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